por el
Hermano Pablo
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El fuego
comenzó con un cortocircuito. En pocos minutos toda la casa estaba envuelta en
llamas. Los tres cuartos y las dependencias de la residencia quedaron reducidos
a cenizas humeantes, junto con todo lo que había adentro.
Fue en el
mes de octubre que la familia de Raúl y Favela Martínez, de Santa Clarita,
California, quedó en la calle. Con la ayuda de algunas instituciones benéficas,
de iglesias y de amigos, armaron de nuevo la casa.
Sin
embargo, a los cuatro meses exactos un segundo incendio arrasó otra vez con
todo. La casa quedó de nuevo en escombros, y la familia Martínez volvió a
quedar en la calle. Esto era el colmo. Una sola frase resumía la situación: «Ya
no nos queda nada —concluyó Raúl—: ni casa, ni dinero, ni esperanza ni fe.»
Nadie
puede negar que una doble catástrofe de esa índole basta para aplastar a
cualquiera. Que a uno se le queme la casa con todo su contenido es una gran
desgracia. Pero a Raúl y a Favela Martínez les ocurrió dos veces: ¡dos veces en
el brevísimo lapso de sólo cuatro meses! Con razón dijo Raúl: «Ya no nos queda
nada: ni casa, ni dinero, ni esperanza ni fe.»
Esta
frase nos lleva a la reflexión. Quedándose uno sin casa, todavía puede
sobrevivir. Quedándose además sin dinero, aun así hay vida. Muchos son los que
han comenzado una vida nueva cuando todo lo tangible se les ha esfumado. El ser
humano, con esa resistencia que es parte de su naturaleza, es capaz de soportar
casi cualquier tragedia. Pero cuando se esfuma la esperanza, cuando se apaga la
fe, cuando pierde uno la confianza en sí mismo, en el prójimo y en Dios, ya es
para decir: «No tengo razón para vivir.»
Hay
personas que se identifican perfectamente con Raúl Martínez, pues sienten que
han llegado a ese punto. La vida ha sido muy cruel con ellas. Piensan que no
les queda ya más recurso que decirle adiós a este mundo.
Sin
embargo, hay un detalle interesante. Cuando a uno se le han esfumado todos los
frutos de la vida, es uno mismo el que tiene que volver a sembrar la semilla.
Pero cuando a uno se le ha acabado la fe, es Dios, el autor de la fe, quien le
devuelve a uno la esperanza.
El
secreto consiste en darle tiempo a Dios. Dios tiene una virtud llamada
«conocimiento previo». Él sabe lo que está haciendo con nosotros, y sabe adonde
nos está llevando. La fe y la esperanza las da Dios, pero las da a su tiempo,
pues sabe exactamente cuándo es que más las necesitamos. Tengamos paciencia.
Dios nunca se equivoca.
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